martes, 30 de septiembre de 2014

APLICACIÓN DEL CONCILIO A SANGRE Y FUEGO

Quien haya seguido el reciente asunto de la remoción del obispo de Ciudad del Este y atendido a las «serias razones pastorales» aducidas por la Santa Sede para tomar tan drástica medida (i.e.: «el bien mayor de la unidad de la Iglesia en Ciudad del Este y de la comunión episcopal en el Paraguay», y no -según se instó paralela y taimadamente a divulgarlo a los medios de masas- el presunto encubrimiento del vicario episcopal, antaño acusado aunque luego absuelto del cargo de pederastia), no podrá menos que advertir una común nota que, al decir de las propias autoridades vaticanas, vincula este caso con el desguace de la hasta ayer floreciente orden de los Franciscanos de la Inmaculada. En efecto, para posar la mano sobre esta última se aludió oficialmente a la necesidad de alcanzar un imperioso sentire cum Ecclesia que la preferencia de los frailes por la Misa y la doctrina tradicionales harían peligrar.

La Misa que celebraba mons. Livieres en su diócesis

No hace falta ser muy avizor para hacerse el cuadro de una banda de ideólogos dispuestos a trascender aquel axioma protestante de la Ecclesia semper reformanda por aquel más neto y concluyente de semper transformanda, esto es: ir al grano de la «revolución permanente» sin tanta excusa principista. Pues si reformar es un "devolver la forma", transformar equivale a sobrepasarla. Debiendo completarse el cuadro con la delegación de facultades de parte de estos mismos ideólogos (que, pese a la perversión de la inteligencia, no dejan de ser hombres teoréticos, frecuentemente inhábiles para cuajar sus lucubraciones en hechos conclusos) en una bestia impulsada por una voluntad férrea, capaz de enlodarse hasta la frente en la consecución de los objetivos previstos. En Bergoglio fue hallado, al fin, aquel hombre dispuesto a no dejarse arredrar, como sus predecesores, por rémoras de cristianismo que entorpecieran la aplicación superextensiva del programa conciliar. Ésta es toda la novedad de este pontificado, jalonado sin pausa por los cinco previos.

Estos mismos ideólogos, presentados con ropaje de teólogos y habiendo hallado amplio cauce en cátedras episcopales, en seminarios y en publicaciones especializadas, no han dejado de deducir notorias conclusiones de su lectura fenomenista de la historia de la Iglesia. Y habiendo tomado nota del coraje que impulsó a aquellos pontífices que obraron eficazmente la reforma necesaria en sus respectivas épocas (pongamos un san Gregorio VII, o un san Pío V), creyeron posible emularlos por la aplicación de una obra de reforma que no era sino ruptura, disrupción, cesura, dándose febrilmente a consumarla, incluso sin ahorrar recursos moralmente reprensibles.

Ahí está, bien patente a quien se anime a mirarla de frente, la vieja herejía del conciliarismo, vuelta a retoñar después de siglos. ¿Qué hay sino bajo el indiscreto avío de voces como «colegialidad», «comunión episcopal» (que ya no «comunión con el Sucesor de Pedro»), «sinodalidad» (y ésta asimilada a koinonía, «communio») y «espíritu del concilio», entre otras, sino un intento de minar la unidad de la fe atacando la constitución misma de la Iglesia, tal como fue instituida por Cristo? ¿Qué sino un solapado intento de subordinar al Papa al colegio episcopal, haciendo del suyo una especie de "primado honorífico"? De lo que se trata, a juzgar por los dichos y los hechos, es de convertir el Reino de los Cielos en una república de intrigas. Ya los concilios de Pisa y de Constanza (rectificado este último en sus desvíos conciliaristas por la rapidez de reflejos de Martín V) no habían sido sino «la obra de una vanguardia de intelectuales que habían hallado [...] la ocasión para legislar para toda la Cristiandad en nombre de las doctrinas por ellos elaboradas. Doctrinas rigurosamente revolucionarias que no tendían a otra cosa que a imponer una nueva concepción de la Iglesia» (Daniel-Rops, La Iglesia del Renacimiento y la Reforma). Tanto que, partiendo de una réplica a la constitución monárquica de la Iglesia (según ya lo había ensayado Marsilio de Padua, haciendo del pueblo el soberano y juez de la doctrina, quien delega la autoridad en el Concilio, y éste a su vez en el Papa), culminaba en la disolución anárquica de la Iglesia. No otra cosa ocurre hoy, con el infausto invento de las "comunidades de base", entre otras ocurrencias democratizantes manadas del magma conciliar.

Que Bergoglio haga gala del más crudo espíritu de autosuficiencia a la hora de regir a la Iglesia no se contradice con la aberración conciliarista. Al fin de cuentas, el propio Platón señaló (fundado en la comprobación del curso político de su tiempo) que la democracia concluye fatalmente en tiranía: desmiéntalo si no la Revolución Francesa, cuyo principal vástago resultó un Napoleón. Francisco, de hecho, no ocultó que el nombramiento de un consejo de ocho cardenales para auxiliar en el gobierno de la Curia romana había sido pedido por los conclavistas, condicionando su elección (y contraviniendo con esto la ley eclesiástica en vigor) al compromiso asumido a este respecto. Coacción que no ha sido obstante para la explosión del personalismo más despampanante en la historia del pontificado.

Por eso, si hubiera que dar crédito a quienes señalan a Francisco como "el auténtico primer papa conciliar", el primero que se quita definitivamente de encima veinte siglos de cristianismo para encarnar una religión nueva, hasta hoy en fase de ensayo, valdrá atender a la acreditada voz de Enrico Maria Radaelli en orden a señalar la calamidad del caso. En una entrevista concedida con ocasión de la publicación de su reciente libro La Chiesa ribaltata («La Iglesia revesada», entrevista accesible en el original italiano aquí), el autor concluye, a propósito de la expresión «papa conciliar», que
«en la acepción que podemos retomar de parte del papa Bergoglio, esto quiere decir dos cosas: primero, "Papa cuya autoridad es válida en orden a la autoridad del concilio (Vaticano II)", o "conferida por el concilio (Vaticano II)", lo que, si se profesara apertis verbis, sería una herejía, o bien la herética concreción de los dictámenes del conciliábulo de Pisa y del Concilio de Constanza antes de la actuación correctiva del papa Gregorio XII; segundo, 'Papa que aplica plenamente el Concilio Vaticano II", y también ésta es una acepción herética, en tanto y en cuanto los dictados de ese concilio son heréticos (v. libertad religiosa, colegialidad episcopal, antropología antropocéntrica, sacramentalidad de las otras religiones, comunicación del mismo ente divino con el judaísmo y el Islam, etc). Y en sí misma, sobre todo, lo es la forma misma otorgada a aquella asamblea que [...] no se corresponde con la medida con que hubiese debido corresponder a las exigencias presentes de la Iglesia en el momento en que fue convocada -se le imprimió una forma mere pastoral y por lo tanto no resolutiva, a cambio de la forma rigurosamente dogmática y judicial que correspondía». Pues «la forma correcta hubiese debido ser la dogmática, determinada por la esencia "logos"». De donde «el "sistema Francisco" querría completar sistemáticamente la obra comenzada con la forma "pastoral" del Vaticano II, pero esto no hace sino extremar la voluntad de-dogmatizante comenzada con aquel concilio». 

Es muy de temer que los impulsores del cerrado viraje no apelen al pelele del "papa conciliar" según sólo una u otra de las acepciones reseñadas por Radaelli, sino asumiéndolas ambas. Y aun extenuándolas: el concilio ya no sería el de los prelados, sino -mucho más vasto e inclusivo- el del pueblo fiel, aquel ante quien Francisco se inclinó el día de su elección para pedirle su "bendición". Tarea que se prolonga día a día, con el esmero publicístico en conquistar el placet del vulgo televidente. Lo de la aplicación de los dictados del Vaticano II ni necesita probarse, por demás notorio: bastan el contenido de las homilías diarias de Francisco, sus entrevistas, etc.

Se trata de la Iglesia finalmente configurada con la Escuela de Frankfurt, para la que el principio de identidad y no-contradicción es el preámbulo al horror nazi. La Iglesia del consenso momentáneo y voluble, que ya no del sensus fidei. Una Iglesia que, depuesta toda certeza, acaba por rendirse a la mala gnosis del naturalismo, sin el menor atisbo de explicación trascendente de las realidades terrenas. De aquí que aquel obispo o sacerdote que se aferre a la doctrina de siempre o prefiera celebrar la santa Misa según el llamado «modo extraordinario» (acaso para contraponerlo al muy ordinario «Novus Ordo») venga a parecerse a esos pobres patos que, por inadvertencia, hacen su nido en el maizal maduro, sin prever la próxima incursión de la trilladora, que todo lo despedaza. Se les está avisando que serán triturados sin compasión, porque lo que subyace es la enemistad espiritual insoluble entre dos estirpes momentáneamente confundidas en una misma sociedad.

¡A la ordalía con Bergoglio y el Concilio!
Llegará, Dios mediante, la necesaria separación. Radaelli apura una sugerencia para el pontífice, en orden a instar al Señor a intervenir, ya que estamos con la paciencia al límite. En tratando del inminente sínodo, nuestro autor supone, con muchos, que «es posible, por ejemplo, que en el caso de los divorciados vueltos a casar el Papa llegue incluso a enunciar doctrinas permisivas en nada conformes a la Sagrada Escritura y a la Tradición. Pero sus enunciados serán a nivel práctico, (pseudo)pastoral, y no teorético, es decir, no dogmático, de modo que la verdad y la Iglesia no se pierdan, sino sólo se vean menoscabadas. El asunto es, con todo, de máxima gravedad [...] Concluyo que toda la Iglesia tendría que urgir al Papa a hacer una ordalía: sí, un verdadero y auténtico juicio de Dios. Y esto porque después de cincuenta años la Iglesia ha llegado a una instancia de bloqueo definitiva y última, con un magisterio de-dogmatizado que la vuelve cada vez más irreconocible. Es una situación insostenible: no puede durar mucho más. Pruebe el Papa, si se anima, con los fuertes verbos jurídicos y con el plural mayestático pontifical necesarios en tales casos («Nos establecemos, decretamos y declaramos», Nos statuimus, sancimus et declaramus) a dogmatizar una cualquiera de las inaceptables y felonescas novedades de las cuales quiere llenar a la Iglesia: siendo el dogma infalible, deponiendo sobre el fuego del dogma sus ensueños, la Iglesia quedará infaliblemente garantizada de la perfecta y adamantina bondad de las decisiones así enunciadas. Pero si el Papa no se anima a enunciar tales ensoñadas novedades -y no se animará, sin dudas-, entonces querrá decir que éstas, como se sabe, eran falsas, y la infalible verdad del dogma, aun inmoribus, las ha desenmascarado».



jueves, 25 de septiembre de 2014

¡COSA 'E MANDINGA!

A esta altura de la noche, diríase que la infalibilidad que asiste aún a Francisco estriba en la del olfato: olfato para reconocer todo resto de vitalidad religiosa para combatirla, olfato para todo lo que huela a santidad y así caerle con garras y colmillos. Hierognosia pero al modo de Caín, esto de los "islotes de cristiandad" parece no convenir a su pontificado, cuyo programa al respecto resulta inmejorablemente ilustrado por la imagen del Dragón que arroja un río de agua por la boca para sumergir a la Mujer (Ap 12,15). Ya lo había reconocido hace unos meses el propio pontífice, en una de sus crisostómicas homilías: «el demonio no puede ver la santidad de la Iglesia o la santidad de una persona sin hacer algo».

Habían acertado el titular
los mercenarios de siniestra 
No fue bastante la devastación de los Franciscanos de la Inmaculada. Ahora, y tal como lo hacía presentir la reciente «visita apostólica» que lastimó a su diócesis, le tocó salir por la ventana (de-fenestrado) a monseñor Livieres, ordinario de Ciudad del Este (Paraguay). Se sabe de la inquina de los restantes obispos paraguayos por monseñor, a quien no le perdonaban que su Seminario concentrara mayor población de aspirantes al sacerdocio que la suma de todos los otros del país. Alguna vez ofrecimos desde aquí el enlace a una página de informaciones de la diócesis de Ciudad del Este: basten algunas cifras de entre las muchas que allí se nos ofrecen para reconocer en éste un caso único en el mundo de la Iglesia conciliar, en el que los guarismos respectivos tienden invariablemente a cero en casi todas las latitudes.
(En todos los casos, la cifra inicial corresponde al año 2004 y la segunda al 2014, correspondientes al inicio y al fin del mandato de Livieres) Total de sacerdotes: 79 - 140; cursos y conferencias pro-vida: 0 -19; miembros de cofradías de adoración perpetua: 0 - 5813; comunidades de retiro: 0 -54; personas que hacen retiros por mes: 0 - 2080; capillas de adoración perpetua: 0 - 8; retiros mensuales para el clero: 0 -10; capellanes para hospitales: 1 -7; matrimonios: 1257 -6277; bautismos: 9543 -21556; internos de las cárceles atendidos espiritualmente: 203 -1400. Y un largo y elocuente etcétera.

Cuando se conoce que el motivo de la remoción de este pastor ha sido el presunto encubrimiento de un sacerdote acusado de pedofilia (acusación presentada ante el fuero penal norteamericano y rechazada in limine no sólo por falta de pruebas, sino incluso por el absurdo de que quien se decía agraviado por el sacerdote era mayor de edad al momento de los supuestos hechos) y que, contemporáneamente, Bergoglio confirma en la Curia romana y en el próximo Sínodo de la Familia a un reconocido cómplice de la depravación de sus clérigos como el belga cardenal Danneels (sigamos con los números: 476 casos imputados al ex-obispo de Brujas, cobijado por Danneels), entonces los niveles de indignación trepan a las nubes.

Más cuando esta jugada le sirve al Obispo de Roma, aparte de saciar un deseo personal de venganza contra uno de aquellos que tiene por sus enemigos desde los años de su primado en la Argentina, para acreditarse ante la prensa sahumadora con la filfa de la "tolerancia cero" con los pretes pederastas. Entonces, pues, y viendo aglutinarse en la figura del pontífice prendas de tanto bulto como oportunismo, rencor, venganza meticulosamente preparada, injuria, devastación, hipocresía (que, a decir verdad, no le van en zaga a las que enumera el Apóstol en II Tim 3,2), ¿qué mucho que, como el protagonista de La femme pauvre, de Léon Bloy, a quien le tocó ver encarnado en otro sujeto un parecido cortejo de vicios, exclamemos, mesándonos los cabellos con horror: «amiga mía, ¡he visto al diablo!».




lunes, 22 de septiembre de 2014

CUÁNTO RUIDO POR "NADA"

Tomamos del sitio Messainlatino una ágil reflexión a propósito de la "apertura" sacramental (pronta, al parecer, a decretarse, y en la práctica de hecho ya instituida) y de sus antecedentes necesarios, a menudo menos reconocidos en todo su potencial delicuescente. Lo firma (escuetamente y suponemos como apócope) un cierto Zac.  


Quisiera provocativamente exorcizar la tensión claustrofóbica y el odio que la enésima diabólica maquinación "pastoral" suscita en el mundo católico desde el mismo momento en que se ha creado un problema que no existe (*): la tórrida pesadilla de las uniones salvajes. Sí, porque veo hoy una multitud de almas tan bellas como incoherentes tronar acerca de un eventual cambio que, aunque se verificase, no sería más que la enésima piedra miliar en el camino de la auto-demolición de la Iglesia. Una piedra después de todo "menor", si se tiene en cuenta de qué megalitos ha sido excavada... Veamos cuáles son los megalitos que parieron ya la nueva piedra angular de la miserico(ba)rdía 2.0: 

Hace 50 años un sínodo que se quiso "pastoral", partiendo del ilusorio principio de decir de nuevas maneras las cosas de siempre, aggiornó la doctrina formal cambiando sustancialmente la fe material de la Iglesia. No fue sobre éste o aquel punto, sino en la raíz, que se operó una meta-sustanciación del que la Virgen hecha Iglesia da a su místico Esposo.

1er. megalito: la abolición de la enemistad entre la Mujer y la Serpiente, es decir, entre la Iglesia y el Mundo. Bastaría sólo esto para archivar siglos de vida consagrada, de vida "puesta a un lado" del mundo para el Señor. El mundo es bello, ¡ay de los profetas de desventuras! Los católicos, dóciles al encanto del mundo, no tienen más nada que ofrecer, nada de superior por testimoniar.

Es más: nos conmovemos ante la ternura del amor libre en todas sus formas y variantes pansexuales y nos arrepentimos de cuanto atroz fariseísmo late en la rigidez asfixiante de quienes juzgan con los libros en vez de dejarse llevar por la libertad del corazón... ¿No es ésta la jerga del nuevo Pentecostés? 

Asís 1986: todo mezclado.
Al centro, de blanco, el Dalai Wojtyla, pars inter pares.
Segundo megalito: la libertad religiosa y la práctica más o menos difundida de sincretismo interconfesional, interreligioso, o de puro y neto panteísmo disfrazado de respetos humanos para con los "hermanos en la humanidad". Otro golpe vital a un improbable sí. Se llegó al escándalo de Asís '86 y a los "bautismos" interreligiosos, como aquél oficiado en la Abadía de san Miniato el 24 de diciembre de 1996, en el cual "católicos", protestantes, judíos, ortodoxos, musulmanes sufíes, budistas tibetanos, hinduístas &Co "oraron" en torno de inocentes cunas. «...A Dios gusta un montón ser llamado por muchos nombres distintos», glosó el abad Cusano, envalentonado por el apoyo del cardenal arzobispo de Florencia, Piovanelli, y de la excepcional resonancia mass-mediática que el evento despertó... Y luego las iglesias católicas a los musulmanes (sin llegar a Bélgica y los Países Bajos bajo el pontificado de Francisco, basta sólo con volver a la Palermo de los años '90, donde el cardenal Pappalardo dio a los musulmanes una iglesia del 1700), o las catequesis panreligiosas del patriarca de Lisboa, el cardenal Policarpo que, confrontado con la contradicción fatal e inconciliable entre lo que él decía («toda religión practicada con sinceridad conduce a Dios») y lo que dijo la Santísima Virgen a los pastorcillos de Fátima («no hay más que un solo Dios digno de nuestra adoración, y los demás dioses no son nada»), respondió irritado: «esta visión ha sido superada. ¿Cuáles son los divinidades mencionadas por Sor Lucía? Cristianos, musulmanes, judios, todos tenemos el mismo Dios». Y esto era en el 2003, octubre del 2003. 

Este segundo megalito ha transformado el Catolicismo, es decir, el  Universalismo salvífico de la Única Fe, en una especie de mundialismo humanitarista y pacifista, donde un dios de muchos nombres habla un poco al corazón de cada uno según los tiempos, las situaciones, las culturas, las creencias filosóficas y las tendencias sexuales... ¿Revelación? No gracias. ¿Encarnación del Verbo? «Ha sido superada». Hoy los verbos se conjugan a gusto. Incluso las incertezas del subjuntivo deben considerarse licencias poéticas a expensas del «quién soy yo para emplear la lapicera roja». Consolémonos, pues. 

Frente a estos dos megalitos, apostados como lápidas inamovibles ante el sepulcro donde yace el Primer Mandamiento, la comunión a los divorciados-vueltos a casar empalidece. 

Agréguese la colegialidad, tercer megalito: «Yes, we can!». Zagrebelsky, en un memorable escrito (anti-católico, por supuesto) del 2006, reconocía que «la democracia se basa en la libertad de pensamiento, de conciencia, y en el principio de mayoría. La religión, en cambio, se basa en la verdad revelada que no depende ni de la conciencia ni de la voluntad de la mayoría...». ¡Pobre Zagrebelsky! No se había dado cuenta de que había sido así hasta Pío XII. Hoy la voluntad de la mayoría puede decidir que está bien poner los dedos húmedos en los 220 voltios. Hete aquí que ahora, en efecto, los Estados Generales del Pueblo de Dios se reúnen (alto clero, bajo clero, fieles laicos), con los resultados de los cuestionarios a la orden del día, noveles cahiers de doléances de cristianos renegados que exhiben ante el Sagrado Magisterio su desafiante infidelidad vestida de fiesta con el hábito angelical de la libertad del corazón, listos para recibir una palmadita en la espalda a cuenta del todo vale.

Porque todo vale. Tal vez no salva, pero suma... y porqué preocuparse por la salvación, si Dios es sólo amor, no puede sino amar, su juicio es misericordia, etc, etc... ¿No es ésta la jerga del nuevo Pentecostés?Este otro megalito desintegra el fundamento mismo de la obediencia terrena a una Verdad que viene de lo Alto y que nos llama a morir al mundo, a sus vanidades, a nuestros extraños amores que van y vienen. Después de todo, ¿por qué revelarSe, darnos Sus mandamientos y hacerse incluso crucificar? Era suficiente una puesta de sol, una guitarra y una cancioncita. L'amour, c'est l'amour. Por eso la comunión a los D-VaC es una bagatela si se la compara con la colegialidad... 

Cuarto megalito: el Novus Ordo. Paremos un momento: han fabricado una liturgia de escritorio (según las vivas palabras de Ratzinger en apéndice al libro de monseñor Klaus Gamber, La Réforme liturgique en question) degenerada en una devastación (siempre según las ipsissima verba de Ratzinger) del Sagrado Rito derivado de un desarrollo orgánico de la expresión pública de la Fe Católica. Y lo han hecho confluir en un nuevo rito (como lo llamó el propio Paulo VI) cuyo núcleo doctrinal se explica en la versión original del Artículo 7 de la Institutio Generalis del Nuevo Misal: «la Cena del Señor, o Misa, es la sagrada sinapsis o asamblea del pueblo de Dios, presidida por el sacerdote, para celebrar el memorial del Señor. Vale pues eminentemente, para esta asamblea local de la Santa Iglesia, la promesa de Cristo: donde se reúnen dos o tres en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos (Mt 18:20)». Esta definición de la Misa no tenía ni tiene nada de la Fe de la Iglesia en el augusto sacramento del Altar, en el sacramento del Orden y en la mediación sacerdotal, en el sacrificio de impetración y de expiación. Obligó a los cardenales Ottaviani y Bacci a denunciar que se alejaba dramáticamente, en la forma y en la sustancia, de la perenne e inmutable teología católica de la Misa tal como fue precisada en la sesión XXII del Concilio de Trento. Este cambio tuvo como consecuencia natural (no como abuso o deriva) la alteración misma de aquello que es la Misa en las mentes y en los corazones de clero y fieles. NOTA BENE: no impugno su indiscutible validez, ni niego que muchos sacerdotes santos hayan podido celebrarla con piedad y recta intención.

Cardenal Schönborn: la intrepidez del testimonio
Sin embargo, sigue siendo una liturgia hija de la Revolución: la idea de que las partes, los gestos y las palabras de la liturgia se puedan modificar, componer y someter a bricolaje con otras cosas (siempre muy emotional: muchas velas, colores cálidos y melodías que urgen el corazón a la "meditación") vistas aquí o allá, en un "monasterio" interconfesional o en rituales judíos: somos nosotros quienes llenamos de sentido la liturgia que nos expresa, y no una liturgia que se impone desde lejos y que nos llama a entrar en el Santo de los Santos con obediencia y humildad para descubrir el Sentido del que Ella es portadora, independientemente de nosotros. Las misas show, liturgias contenedoras de toda suerte de estupideces, parodias de Navidad o Pascua durante la "presentación de los dones" (el Ofertorio en la Nueva Misa ha sido abolido: ¿lo sabíais? ¡Sabedlo! ¡En Re-educational Channel!) con tanto de alegórico disfraz de los niños y de los jjjjóvenes, sacerdotes travestidos de payasos o de conejitos rosas, misas en el campamento de la juventud celebradas sobre mochilas o en tablones de almacén, alba y estola para los más respetuosos, o bien directamente jeans y camiseta, ¡y santa Comunión distribuida en vasos de plástico, en la mano de los fieles!

No son abusos, de lo contrario alguien hubiera reaccionado: ¡con los Franciscanos de la Inmaculada han sido implacables! El Novus Ordo, en cambio, señala el giro antropológico, el culto del pueblo de Dios, donde el pueblo de Dios se expresa y debe encontrar la alegría en la iglesia, tal como el mundo la da afuera; debe encontrar la paz en la iglesia, tal como el mundo la da afuera, con permiso de la exhortación de Cristo (no como el mundo la da...) y de la alegría perfecta de san Francisco. 

Si pensamos que la liturgia, como parte de la Tradición, es un ámbito teológico y partícipe de las fuentes de la Revelación, esta nueva forma de celebrar no sólo pone de manifiesto que «la fiesta somos nosotros, que caminamos hacia ti» (Gnocchi docet), sino incluso que la Revelación somos nosotros: es la Asamblea quien celebra, por lo demás. El presbítero "preside" la celebración de la Palabra y de la Eucaristía concelebrada por el Cuerpo Social de Cristo, ahora soberano al administrarse por sí mismo los Sacramentos. 

Ahora bien: han cambiado la Misa, han abolido el Ofertorio, han desnaturalizado la figura del Sacerdote... ¿y nos rasgamos las vestiduras por la comunión a los D-VaC? Vamos... conservemos, tanto como la fe, también la decencia.


Apéndice conclusivo para normalistas:

Es inútil esconderse detrás del cabello de las derivas, o de los abusos. Es simplemente ceguera dolosa e idiota negar que esta pretendida deriva sea, de hecho, la realidad material en la que bañan a la gran mayoría del clero y de los fieles, a fin de justificar aquello que Juan Pablo II llamó la «apostasía silenciosa». Que esto ya esté en los textos, incluso antes que en el espíritu y en las interpretaciones del Concilio Vaticano II, ha sido más que comprobado por una abundante literatura. El hecho de que Papas y Cardenales practiquen públicamente cuanto está escrito más arriba tendría que indicar que se trata de verdaderos y propios usos, y no de abusos, sin que haga falta para ello leer quizás algún Madiran (+ RIP).

Una vez más, la hoja de parra de la diferencia entre doctrina que se mantiene intacta y pastoral que puede cambiar sólo es válida para gente que ya no cree que la doctrina es simplemente el gráfico desenvolvimiento de aquella Verdad viva y eterna que se comunica, que nos llama a Sí y nos salva. Me explico: también yo estoy de acuerdo en que la belleza de Bach está en la música, no en las partituras... y quien conoce las piezas de memoria puede tocar sin posar la vista en las notas del pentagrama. Pero nosotros no somos espíritus puros: nuestra humana debilidad y finitud (silogismo ameriano) necesita aquel negro sobre blanco para seguir disfrutando de esas maravillosas piezas: si las partituras desaparecieran por completo, en un tiempo de 30 años nadie más podría ejecutar el Concierto Italiano.

No sólo eso: no es sólo por el hecho de que aprender a tocar el órgano, leer en clave de violín y de bajo con las dos manos y los pedales sea hoy extremadamente difícil, que se pueda venir a decir que alcanza con ponerse con bondad de corazón y libertad ante cualquier instrumento para hacer sin embargo buena música. ¡No! Es necesario dejarse transformar por el arte; el instrumento debería incluso llegar a deformar, a conformar consigo nuestras artes, nuestra mente... ¡todo por la pasión, por el amor! Y no habrá profesor de música que atine a decir jamás lo contrario, que renuncie a la belleza de Chopin o Debussy porque hoy, en el 2014, la mayoría de la gente no sabe ya ejecutarlos, es demasiado difícil.

Además, la verdad contenida en estos escritos -a diferencia de la música de Bach, Chopin y Debussy- es salvífica, vivifica y salva al alma eternamente: ¿qué ingeniero electrónico sería tan desconsiderado como para afirmar que la doctrina tradicional acerca de los dedos mojados en el toma de 220 voltios no cambia, pero que la práctica puede cambiar? Porque eso es justamente lo que Kasper propone para el alma.



(*) Un problema que Nuestro Señor ya había resuelto con la parábola del hijo pródigo: el joven que había despilfarrado alegremente la herencia de su padre entre putas y jolgorios se encuentra teniendo que apacentar cerdos «en una tierra lejana». Instancia en la que pensó que convenía regenerarse, ir de nuevo a lo de su padre y decirle: «he pecado contra el cielo y contra ti». Hecho así, el padre lo perdonó.

Hoy Kasper, mejor que la maga Circe, transforma con un beso a los cerdos en corderitos perfumados y le da al hijo la tarjeta del cajero automático del padre y el código respectivo para que, ya que hay de sobra, aproveche y persista allí donde se encuentra, en aquella tierra lejana, sin arrepentirse ni regenerarse ni volver a casa. Porque la misericordia nos impele hoy a reconocer que aquella tierra lejana, con la bendición paterna, ¡es el hogar!. Donde está tu corazón, allí está tu Dios, decían los Padres (uno lo habrá dicho, tal vez... ¡bah!... es la Kasperpatristik). Y cada uno, se sabe, de corazón... tiene su propio dios.


jueves, 18 de septiembre de 2014

¡CRISTO VENCE! o bien LA REHABILITACIÓN DE LA VERDAD

Caída de Babilonia, tapiz de Angers (siglo XIV)
Ya se está volviendo inequívoca la identificación de la Babilonia del Apocalipsis con la Roma actual. Y aquellas «siete cabezas que son siete montes sobre los que se asienta» (delicia de la exégesis de Lutero, que veía en estos rasgos los inconfundibles rasgos orográficos de la Ciudad Eterna) bien podrían enumerarse como apostasía, laxitud, ambición, impureza, falsía, cobardía y traición, cuando no más resueltamente como los siete pecados capitales colándose en cuanto dicasterio y congregación les hiciese lugar.

La infiltración capilar de porquerías más o menos menudas (es decir: más o menos grandes) le ha dejado el paso, en los últimos dieciocho meses, a un abultado alud de fango y nequicia capaz de petrificar a los hombres en sus vicios, tal como la lava que otrora cubriera a Pompeya y Herculano. Si no pueden augurarse buenos frutos del mal árbol, acá están, puestos en triste y definitiva evidencia, los frutos del modernismo y sus alias y refritos (teología de la liberación, "cristianismo adulto", Escuela de Bolonia, etc.). Nadie, ni aun el más badulaque entre los memos podrá negar la asociación (siquier de coincidencia temporal, ya que no se la quiera admitir causal) entre el progresismo en vigorosa epidemia y la vigencia y promoción de los más repugnantes delitos que podían afligir a clérigos: pederastia, desfalco, mundanidad soez. Y ahora, como guinda del postre, el caso de narcotráfico que salpica a un cardenal argentino de mala trayectoria, muy cercano a Francisco, por lo demás.

A este paso ya no queda sino seguir asistiendo al doble ritmo del despiece tal como se lo ha emprendido con la mayor resolución: por un lado, la máxima permisibilidad en la praxis sacramental, con misas-cambalache, con parodias de bodas homosexuales ante el altar, admisión de los adúlteros a la comunión, etc., junto con la ostensible degradación de la dignidad religiosa de la Jerarquía, cada vez más dada a departir ante las cámaras con la hez de la farándula. Es la parte que toca al espectáculo, por muy mal gusto que se le reconozca. Por el otro lado, la remoción paciente de todo lo que represente algún resabio de integridad doctrinal y de decoro cultual. Para engrosar aún más el tendal de misericordiados, si no bastaba con el fundado rumor de la inminente salida del cardenal Burke del Tribunal de la Signatura Apostólica, ahora Tosatti filtra la especie según la cual Bergoglio «habría pedido el elenco de los obispos que incardinan en sus diócesis a los frailes Franciscanos de la Inmaculada que quieren abandonar la Orden después del comisariamiento y la re-educación obligatoria», y no seguramente para felicitarlos.

Pero para no quedarnos en nudas descripciones ni lamentos de los horrorosos hechos en cascada, queremos (y para alivio de la conciencia y exigencia de simplicidad) remontarnos al menos a una de las principalísimas causas de este desastre. Pues comprender el proceso de apostasía en su mismo origen ha de servir eficazmente a prevenirnos, según aquella exhortación paulina (Ef 5,11): «no toméis parte con ellos en las obras infructuosas de las tinieblas; por el contrario, condenadlas abiertamente, porque las cosas que ellos hacen en secreto da vergüenza decirlas», aunque cumple al fin alumbrarlas por su nombre propio, pues «todo lo que es manifiesto es luz».

Y notamos que la voluntaria liquidación de las certezas está en la base de la decidida deriva hacia el abismo. Romano Amerio había llamado "la dislocación de la Monotríada" a aquella contestación de la doctrina de las procesiones divinas según la cual el Espíritu Santo «procede del Padre y del Hijo», y no sólo del Padre, como lo pretendieron los cismáticos seguidores de Focio. La consecuencia que esta omisión proyecta en la misma concepción de las cosas humanas se funda en la remota analogía existente entre las recíprocas relaciones personales en la Santísima Trinidad y las potencias superiores del alma humana (memoria, inteligencia y voluntad), e incluso en la estructura metafísica de lo real, según el símil felizmente esbozado por san Agustín en su tratado De Trinitate. Al remover al Verbum (Sapientia Dei) para hacer proceder la Charitas exclusivamente del Esse, la repercusión en la esfera de la religión no podía ser mayor. Pues si  la causalidad que cursa del ser a la verdad y al bien ya no es admitida, el bien ya no se busca en tanto que conocido, sino que se hace objeto de ciega adhesión.

Sabemos que, al menos desde el nominalismo, esta afección, con carácter creciente, ha ido removiendo los cimientos de nuestra civilización hasta propiciar la perversión del espíritu, y en un grado que se diría irremontable. Mil consecuencias se le reconocen, desde aquella urdimbre de «ideas cristianas que se volvieron locas», de que Chesterton decía estar conformado el mundo moderno, hasta el abandono del principio del operari sequitur esse a trueque de aquella que Pío XII llamó la "herejía de la acción". El último bastión a demoler era la Iglesia, inficionada desde hace décadas por esta calamidad.

Es harto comprensible que el más remoto de los curitas rurales ose sermonear la baladita baladí de que la fe «no es adhesión a unas fórmulas verbales, sino sólo confianza», indefinida confianza nada más, si es el propio pontífice quien propala sin pausa este género de dislates. Ejemplos tomados de esa obra diaria de socavación que son sus homilías podrían citarse hasta el cansancio. Baste lo que declaró hace casi un año, en la entrevista concedida a Civiltà Cattolica: «buscar y encontrar a Dios en todas las cosas deja siempre un margen a la incertidumbre. Debe dejarlo [...] Si uno tiene respuestas a todas las preguntas, estamos ante una prueba de que Dios no está con él». Sencillamente pavoroso, aparte de inicuo.

De resultas de lo cual, alguien se refirió a Bergoglio como al campeón de una cierta "teología de la inquietud", pero no precisamente en el sentido del irrequietum cor del de Hipona, sino más bien en el de una jactanciosa exposición actoral de las propias dudas y vacilaciones doctrinales, tan inadecuadas al munus petrino, consistente ante todo en el «confirmar en la fe» a los hermanos. Más bien se destaca el método asistemático que el Obispo de Roma se gloría aconsejar para la formación de los jóvenes, a quienes no hay que decirles «cosas demasiado ordenadas y estructuradas como un tratado». Ya se sabe que la lógica no es más que un lujo superfluo para eruditos.

Por eso que la violencia en el ejercicio del mando, descomedida hasta la exasperación, se deba explicar por la inaudita situación de que al gobierno de la Iglesia hayan sido puestos hombres que ya no son ¡qué digo católicos!, ni siquiera sensatos. Es la indistinción la que se busca, el volver a ese Χάος que Hesíodo situaba en los orígenes, cuando el todo informe no había aún cobrado sus atributos diferenciales. Se pretende desmontar el orden querido por Dios, que separó las tinieblas de la luz, y para ello se atribuye a la realidad un sustrato onírico, en el que (como es propio de los sueños) cualquier cosa es posible, y un hombre puede ser mujer y un momento después puede ser rata. Son las consecuencias prácticas del rechazar el primado del Logos sobre la realidad, por lo que no debe extrañar que sacerdotes formados en esta atmósfera de gnosticismo y bitumen acaben por bendecir el amancebamiento de maricas.

Acá tenemos una clave interpretativa de aquel pasaje (I Io 2,23) en el que san Juan Apóstol revela la identidad del Anticristo: el que niega al Hijo no posee ya al Padre. Negar al Hijo no supone sólo el rechazar su condición divina y su mesianidad, cosa bastante obvia. También supone rehusar el orden pensado y querido por Dios y puesto bajo los pies de su Hijo, que también se llama su Inteligencia. Porque la convertibilidad del bonum y el verum no puede fundarse en la confusión de los seres, sino en la debida disposición ontológica tal como ésta salió de la mente y las manos del Creador. Asoma también aquí la clave de esa rotunda afirmación del Señor: ¡bienaventurado aquel que no se escandaliza de mí! (Lc 7, 23).

Abierta ya la caja de Pandora y sueltos y campantes los males derivados de la apostasía, conservemos nosotros esa esperanza que se quedó cautiva, ajena a tan espantoso cuadro. A la tiranía de Satanás, pergeñada en oscuros habitáculos con la complicidad de clérigos mercenarios que el Señor está por vomitar de su boca (Ap 3,16), opongámosle la certeza de un triunfo cósmico a plena luz: el de la Creación renovada a instancias del Cordero. Será la hora de proclamar, ante las fauces de una Jerarquía que se escandaliza del suave yugo de Cristo, el ¡Cristo vence! con valor adversativo. ¡Cristo vence! y desbarata los planes de sus adversarios. ¡Cristo vence! y revela el juicio de Dios ante el atónito desengaño de sus opugnadores.



lunes, 15 de septiembre de 2014

MALAS PRIMICIAS NUESTRAS

Rorate Coeli publica, «justo a tiempo para el Sínodo de la Familia», dos primicias de la Argentina para el mundo. Tales, que a nuestra patria (bien acompasadas ambas con un pontificado al menos impar) le han merecido los sugestivos bíblicos títulos de sol de la Iglesia universal y ardiente luz de las naciones. Se trata de dos sucesos ocurridos en el lapso de sólo dos días, y que sugieren una síntesis que el Antiguo Testamento hubiese retenido imposible: la de Sodoma con Jerusalén.

Ahí están, arrasando con toda explicación, primero la "bendición" (que el párroco se apuró en aclarar que no era boda) de una yunta de hombre y hombre, uno de ellos transexual, asunto recientemente abordado aquí. Fue en Santiago del Estero, tierra de proverbiales siestas, no exentas (por lo que consta) de pesadillas. Ni faltó el pasaje de las bodas de Caná, leído y glosado en la ocasión por el sacerdote, para mayor irrisión del sacramento del matrimonio.

Bautismo de Génesis, en brazos de su padre biológico. De corbata,
a la izquierda, la madre biológica. Eso que hay en el centro es un cura.
El día previo, como en una película de absurdo y de terror todo en una, se había celebrado el bautismo de la hija de una coyunda transexual en la ciudad entrerriana de Victoria. Merced a la nueva legislación que permite la "elección de género", el que nació varón ahora se llama Karen, y aquella de la que el partero exclamó "¡niña!" hoy es Alexis, aunque ambos mutantes volvieran momentáneamente al uso natural de sus respectivos sexos para poder concebir y parir a su hija, que llamaron Génesis (justamente en Génesis, 19  puede leerse el juicio de Dios sobre aquellas ciudades abominables que quedaron sepultadas en azufre). En este caso, el sacerdote se jactó de no haber sido criticado por ningún otro párroco. «Cada uno pensará lo que quiera pero ante todo está el respeto. Siempre es bienvenido un fiel más a la casa de Dios y él sólo puede juzgarnos», abundó.

No se sabe ya cuál de los agentes del caos resulta más eficaz: si los ideólogos (eclesiásticos incluidos), que actúan febrilmente desde cátedras episcopales y universitarias, editoriales, etc. O aquellos idiotas babeantes que, investidos de un sacerdocio que degradan con su sola presencia, capitulan ante todas las embestidas de los profanadores. Si la astucia de los malos o la exasperante lenidad de los babiecas.

Lo que sí arroja una respuesta -a esta altura casi obvia incluso en las más remotas latitudes católicas, debido a la proyección universal de aquella que era la causa local de tal quebranto- es lo que sugiere un tan lacónico como certero comentario con que concluye la noticia que citábamos al comenzar: podría ser útil, apenas con propósito de registro histórico, recordar quién estuvo mayormente a cargo de la Iglesia argentina durante la mayor parte de las dos pasadas décadas, responsable en diversos niveles de todos los nombramientos episcopales para la Argentina (excepto por un puñado de conservadores que fueron impuestos por Benedicto XVI ), dando con ello el tono para la Iglesia en su país.



NOTA: Apenas publicadas estas líneas, un diario local publica las impresiones del padre Joaquín Núnez, «que realiza su tarea pastoral en las villas de la ciudad [de Rosario]». De veras no podría expresarse mejor un programa tan deletéreo con más economía de palabras. Cuando el cura, de visita en la Santa Sede, le solicitó al Obispo de Roma poder aplicar "una mayor apertura en la administración sacramental", éste fue clarísimo: dale para adelante.


viernes, 12 de septiembre de 2014

SÍNODO: PENSAR LO PEOR

No puede cuestionarse la validez de aquellas palabras de Jaime Balmes respecto de la extendida máxima "piensa mal y acertarás": ésta, que «se propone nada menos que asegurar el acierto con la malignidad del juicio, es tan contraria a la caridad cristiana como a la sana razón. En efecto: la experiencia nos enseña que el hombre más mentiroso dice mayor número de verdades que de mentiras, y que el más malvado hace muchas más acciones buenas e indiferentes que malas», siendo la razón de esto que «el hombre ama naturalmente la verdad y el bien, y no se aparta de ellos sino cuando las pasiones le arrastran y extravían» (El criterio, VII, 2). Esto es cierto si evaluáramos cuantitativamente las acciones del hombre malvado: sus malas obras son las menos numerosas. No obstante, no puede objetarse que son justamente las más significativas y relevantes de las decisiones del protervo las que se ven informadas por la mala volición: Judas Iscariote lo comprueba con la mayor diafanidad.

En todo caso, y siéndonos imposible adentrarnos en la conciencia ajena ni anticiparnos a cuál de los actos del prójimo (por muy mala que sea su fama) estará empañado por su mala voluntad, la advertencia de Balmes conserva toda su vigencia y será un eficaz correctivo de los juicios temerarios, tan lesivos de la justicia y del orden. Valga, para ejemplo no menos clamoroso, la prejuiciosa incursión de Natanael: ¿es que de Nazareth puede salir algo bueno? Y discúlpense esta protesta y digresión para entrar finalmente en tema.

«¿Es que de este cónclave puede salir algo bueno?» nos preguntábamos hace dieciocho meses, fundados en las anómalas circunstancias de la renuncia de Benedicto y en el prontuario de algunos de los conclavistas -apenas aquellos pocos de los que teníamos noticia, de suficiente impudicia como para demudar los frescos de Miguel Ángel. Harta razón teníamos en pensar mal, que la realidad superó el más desaforado de los pesimismos. Pues bien, en este camino de escollos (escándalos) en que ha venido a parar la Iglesia de estas últimas décadas, la cuestión urgió una ulterior refórmula: «¿es que de este sínodo puede salir algo bueno?». Primero, la oportunidad de una tal convocatoria en tiempos de indisimulados zarpazos a la autoridad y al magisterio perenne de la Iglesia. Segundo, las loas públicas del propio pontífice al cardenal Kasper, el patrocinador de una enmienda a la ley divina. Luego, la difusión del Instrumentum laboris, repleto de trampas que auspician la consabida reversibilidad en boga, aquella que invita a «leer el Evangelio a la luz de la cultura contemporánea» y no al revés. Incluyendo, dentro de la "problemática de la familia", a la de los pederastas coyuntados al amparo de la jurisprudencia de Gomorra. Finalmente, la dudosísima calidad de no pocos de los participantes en la asamblea, cuyos nombres fueron ventilados hace un par de días por la Santa Sede.

Un repaso para nada exhaustivo destaca al belga cardenal Danneels, encubridor serial de pedófilos en su pais, uno de los cardenales de quienes (por este motivo) fue solicitada la exclusión del cónclave que consagró finalmente a Bergoglio, y que no sólo conservó su lugar como elector, sino que llegó a rezar una oración en la misa de entronización de Francisco como primero de los cardenales presbíteros. Pese a su sonada condición de corrupto y chanchullero, tan estigmatizadas en abstracto por el Obispo de Roma, se lo señala como uno de sus principales allegados. Monseñor Bruno Forte, secretario especial del Sínodo, es uno de esos mercenarios a los que una fortuna generosa concedió la cátedra y el báculo para proclamar, entre otras lindezas, que «el sepulcro vacío de Cristo es una leyenda» y que se burló públicamente de la carta enviada en su momento por Benedicto XVI a los obispos para instar a la aplicación del motu proprio Summorum pontificum. El cardenal André Vingt-Trois, arzobispo de París, supo solicitar a Roma penas canónicas para quienes celebraran la Misa tradicional. El innombrable rector de la UCA, mons. Tucho Fernández, capaz de enaltecer el léxico de los altos dignatarios de la Iglesia con giros otrora impensables bajo las mitras, como "dejémonos de joder" y otras retóricas afines. El cardenal neoyorkino Timothy Dolan, de quien se supo le concederá un lugar en la venidera procesión del día de san Patricio en las calles de su ciudad a un grupo de activistas homosexuales, aparte de otras innúmeras connivencias con el "poder rosa". El cardenal Angelo Sodano, el mismo que le ocultaba sistemáticamente a Juan Pablo II las denuncias que llegaban a Roma de abusos sexuales de parte de clérigos, entre otras aquellas que inculpaban al tristemente noto Marcial Maciel.

Parece demasiado, y debe haber mucho más de maloliente. A juzgar por el tenor de algunos de los convidados y por la dilución historicista de la doctrina católica sobre la familia, aviada con descaro por varios de los participantes, aquel slogan de «la Iglesia ante los nuevos desafíos» debe significar una sola cosa, y apostasía explícita. A los incautos obispos de latitudes lejanas que aún acudan a buscar soluciones pastorales para los arduos días que corren, y luego de explicarles sobre las fuerzas políticas que andan entre bambalinas musitándoles a los indecisos algo así como «abríos a los derechos civiles modernos y os perdonamos la vida», habría que enterarlos de lo que significa "meterle a uno el perro" en el terruño de Bergoglio (él, que supo engarzar alguna de sus memorables homilías porteñas con la sutil expresión), para luego mentar el oportuno cartel que merece presidir la sala sinodal, escrito en gruesos caracteres y en nítidos latines: CAVETE CANEM.

Tal la magnitud del perro que intentarán colar en las conclusiones
del Sínodo y en la nueva disciplina de los sacramentos

martes, 9 de septiembre de 2014

LA INSULTANTE PAMPLINA DEL DIÁLOGO

No se podía precisar mejor que como lo hace el Aquinate, casi al comienzo de la Contra gentiles (I, 6), la incompatibilidad radical entre cristianismo e Islam. Allí expone cómo la sabiduría divina, «para confirmar aquello que supera el conocimiento natural, usó de muchas obras que sobrepasan la capacidad de toda la naturaleza. Esto sucedió, por ejemplo, en las admirables curaciones de enfermos, en la resurrección de muertos, en la mutación de los cuerpos celestes; y sobre todo en la inspiración de las mentes humanas, de manera que aun los ignorantes y sencillos pudieran conseguir instantáneamente la más alta sabiduría y elocuencia por el don del Espíritu Santo». La perseverancia de tantos testigos, aun en medio de las persecuciones más sangrientas y sañudas, remata y confirma lo dicho, y todo pese a que en la fe cristiana «se predican verdades que están sobre todo entendimiento humano, se coartan las pasiones carnales y se enseña a menospreciar los valores de este mundo. Es el mayor de todos los milagros y una clara manifestación de la acción divina que el espíritu del hombre preste su asentimiento a estas verdades y que, despreciando las cosas visibles, sólo desee las invisibles».

Aquel «milagro moral» de la conversión de la Roma imperial cae así bajo la consideración del Angélico como «el más admirable de todos los signos: que el mundo se convirtiese a creer cosas tan duras, a actuar de manera tan difícil y a esperar cosas tan altas por la predicación de hombres sencillos y vulgares». Lo que contrasta al punto con lo ocurrido por acción de Mahoma, quien «sedujo al pueblo con promesas de placeres carnales [...] e igualmente les dio una ley de acuerdo con dichas promesas. En cuanto a doctrina, no les enseñó más verdad de la que cualquier sabio mediocre puede conocer con la luz natural; y además mezcló con las pocas verdades que enseñó, muchas mentiras y doctrinas erróneas. No les dio signos sobrenaturales, única manifestación que puede testificar una inspiración divina, ya que al dar muestras sensibles de obras que sólo pueden ser divinas, el maestro de la verdad prueba que está divinamente inspirado. [Mahoma] más bien afirmó por las armas que había sido enviado, siendo éstos signos que no faltan a ladrones y tiranos. Por lo que no le creyeron desde el principio los hombres sabios experimentados en las verdades divinas y humanas, sino sólo hombres bestiales, moradores de los desiertos, ignorantes por completo de toda doctrina acerca de Dios [...] Ningún oráculo de profetas anteriores lo apoya con su testimonio; más bien desfigura al Antiguo y al Nuevo Testamento presentándolos como narraciones fabulosas, según puede notar quien lea su ley. Por ello astutamente prohibió a sus secuaces leer el Antiguo y el Nuevo Testamento, para que así no le arguyeran mediante ellos de falsedad».

Si esta ajustada comparación fuera todavía inapropiada al talante poco argumentativo de nuestros contemporáneos, incluidos tantos hombres de Iglesia, podría reducírsela a mayor concisión y cifra más o menos así: Mahoma pretendió impugnar la Palabra definitiva de Dios, valiéndose para ello incluso de las armas. En otros términos supo definirlo monseñor Fulton Sheen: el Islam adopta la doctrina de la unidad de Dios, Su Majestad y Su Poder Creativo, y la usa para repudiar a Cristo, el Hijo de Dios. Las consecuencias que se derivan de esto no pueden ser otras que las conocidas, por mucho que nos esforcemos en pensar en un panteón mundial hecho de recíprocas buenas intenciones entre los adeptos a los diferentes dioses. En un artículo publicado hace un año por Piero Vassallo y reproducido recientemente por Chiesa e postconcilio, las palabras de Santo Tomás son nuevamente expuestas, acompañadas esta vez por cierta información adicional que vale la pena precisar para alumbrar un poco la confusión que hoy se siembra en torno al atractivo fetiche del "diálogo". Citamos, pues, de allí:

Resulta que poco después de la muerte del Aquinate, un dominico llamado Ricoldo da Montecroce intentó la evangelización de los musulmanes iniciando con ellos un diálogo constructivo, en la confianza de hallarlos bien dispuestos para el intercambio teológico. Pero pronto se sintió decepcionado por la reacción de sus feroces interlocutores, lo que lo obligó a dar un paso atrás para profundizar el estudio de la lengua árabe y el conocimiento del Corán, creyendo que la adquisición de este recurso le granjería mejores resultados. Muy por el contrario, esto fue precisamente lo que lo hizo llegar a conclusiones opuestas a las nutridas con sus veleidades ecuménicas.
Vuelto a Florencia en 1300, después de doce años de tormentosos viajes en las tierras invadidas por los mahometanos que lo convencieron de la imposibilidad del diálogo con los éstos, desarrolló las tesis de Santo Tomás y escribió un ensayo crítico sobre los sarracenos.
En el texto se enumeran «las cuatro categorías de personas que se adhieren al error de Mahoma: la primera es la de los que se han convertido en sarracenos por el poder de la espada y que, reconociendo su error, volverían sobre sus pasos si no tuviesen miedo. La segunda está representada por aquellos que fueron atraídos por el diablo y llegaron a creer como verdaderas las mentiras. La tercera es la de aquellos que no quieren abandonar el error de sus padres, y aunque dicen atenerse a sus padres, los separa de ellos el hecho de que en lugar de la idolatría han elegido la secta de Mahoma. La cuarta es la de aquellos que por la gran cantidad de mujeres concedidas y por las demás licencias prefirieron este error a la eternidad del mundo futuro».
 
Entre las varias causas de la imposibilidad de diálogo con los musulmanes, Ricoldo se detiene en las contradicciones entre numerosos textos incluidos en el Corán, como aquel que establece que los judíos y los cristianos serán salvos, agregando a continuación que «nadie se salvará excepto los que están en la ley de los sarracenos», y aquel en el que se insta a los fieles a utilizar sólo palabras suaves con los infieles, y posteriormente ordena «matar y depredar a los que no creen». 
El análisis del Corán demuestra a la postre la incompatibilidad de fe y razón, un vulnus que justificó la devastadora teoría de Averroes acerca de las "dos verdades": la de los filósofos y la de los religiosos.

Hasta aquí Vassallo, quien nos recuerda convenientemente lo más significativo y atendible que en esta materia nos han ofrecido los últimos pontífices y algunos prelados contemporáneos pese a las ambigüedades de rigor en nuestros postconciliares tiempos, incluido el famoso y desafortunado beso del Corán a instancias de Wojtyla. Así, Juan Pablo II pudo decir que «quien conociendo el Antiguo y el Nuevo Testamento lea el Corán, verá con claridad el proceso de reducción de la Divina Revelación que se ha cumplido en éste». Y constan las palabras que Benedicto XVI citó de Manuel II Paleólogo, del cual vale la pena extenderse en torno a su incapacidad de imaginar «nada peor ni más absolutamente inhumano que aquello que hace Mahoma, prescribiendo que a través de la espada se extienda aquella fe que él mismo proclamó. Ha obligado por la fuerza que una de estas tres cosas se verificase: o que los hombres de cada rincón de la tierra se acercasen a la ley [coránica], o que pagasen tributos y desenvolviesen la actividad de los esclavos o que, si no se avinieran a hacer ninguna de estas dos cosas, les fueran tronchadas las cabezas con la espada. Ésta es, de hecho, la cosa más absurda, desde el mismo momento en el que Dios no se goza en los estragos y el no obrar según razón es ajeno a Dios». Por eso monseñor Bruno Fisichella recuerda la necesidad de que razón y fe retomen su camino común, no sólo para fecundar la evangelización, sino «para consentir incluso a los no creyentes acoger el mensaje de Jesucristo como hipótesis cargada de sentido y decisiva para la existencia». Y monseñor Brandmüller apunta al insoluble deficit de razonabilidad del Islam, lo que impone como «diferencia más fuerte entre cristianismo e islamismo un tema tan central como la concepción del ser humano».

Ahí está el frecuente lamento de tantos misioneros que hablan con pena de los mahometanos como "inconvertibles": generalización ciertamente relativa, que no absoluta, pero que tiene el honor de reconocer el dramatismo real que se entabla con este terrible enemigo del Islam. 

Y que Francisco, con su glucosada, irrealista, gangosa, reiterativa, previsible, fútil, anestésica, caduciente, insultante pamplina del diálogo (y del diálogo con el Islam, ahora ofrecida como exhortación a los obispos de Camerún, como si éstos no supieran bastante de la peligrosidad de los cocodrilos y los leopardos), niega irresponsablemente. Sí, es tiempo de creer que las ambigüedades de los últimos cincuenta años han cesado en favor de una explícita nulidad sin contrapeso alguno, una pura nulidad de esas que la naturaleza aborrece, y que una inédita conjunción de causas ha situado allí donde siempre hubo Algo.


jueves, 4 de septiembre de 2014

LO MUCHO QUE SE DIGA ES SIEMPRE POCO

Perplejos ya no: asqueados. Transidos de una repugnancia que sólo apagaría el escarmiento ejemplar del impostor y su cohorte de sacrílegos, la recia venganza de un Dios celoso de Su nombre y de Su gloria. Ya no perplejos: saturados. Y es que el Hombre del Paroxismo, contando muy a sabiendas con la permisión y la paciencia de lo Alto, apura el saqueo de todo remanente de dignidad en la Iglesia adulterada, donde la cizaña ahoga a la mies.

El Santo Padre aceptó engalanarse a lo Maradona 
Otros depusieron, gradualmente, los símbolos de la monarquía pontificia: éste directamente huélgase en el cieno, entre las deyecciones varias, dando lugar a que unos malandrines célebres sean quienes regulen el trato que conviene para con el Vicario de Cristo. «Al otro había que besarle el anillo...» La rebelión universal de los viles, que se han sentido atraídos al Lugar Santo para hollar, para hozar, para dar coces, que han visto llegada la oportunidad de desfogar su duradera tirria para con el misterio y sus trémulos destellos entre las cosas; ésa, la revolución que aún aguardaba a realizarse, ya se consuma ante unos guardias suizos que permanecen tiesos, sin reflejos defensivos. Bien hizo en recordar De Maitre que a los hilos de la revolución los mueve el diablo.

Un montón de pulpa humana engarzada a profusión con pedrerías vanas, a menudo herrada con dibujos, cuya conciencia no luce menos sombras, toda en racimos en torno de aquel hombre de blanco y brunos propósitos. Sonrisas y risotadas ilustrativas del pecado de banalidad, no menos que de la banalidad del pecado. Los piolas cohonestados, hallando pábulo a sus desmanes allí donde debieran hallar reconvención y penitencia, en el mismísimo momento en que millares de cristianos encuentran el martirio en Medio Oriente.

Tilinguería a dos columnas
A justos cien años de que la Belle Époque despertara de sus ilusiones por los cañonazos de la Granguerra, el actual ambiente histórico se espesa en nuevos y no menos múltiples conflictos. Si hoy un Stalin sarraceno, el gran califa adveniente, preguntara con arrogancia como el ruso: "¿cuántas divisiones tiene el Papa?", habría que señalarle esa pila de tahúres, malas hembras, traidores y pornógrafos que atestan los apartamentos pontificios desde que el Papa del fin del mundo se dispusiera a poner el mundo al revés y completara la deconstrucción de papado y cristianismo, todo en uno.

Lo mucho que se diga es siempre poco. A cada queja o desazón que se manifieste por la nueva trastada pontificia, éste opondrá triunfante otra mayor, en una pulseada al infinito, inextinguible como la sed del hombre. A esta cruel dinámica adoptada no será la razón quien la detenga. Por mucho que lo propongan a Francisco como presidente de una «Sociedad mundial de las religiones», la segur parece aparejada a la raíz, y las bombas -si hay que atender a creíbles amenazas- ya apuntan a Babilonia.

lunes, 1 de septiembre de 2014

¿HACIA LA DIVISIÓN DE AGUAS?

Fueron del cardenal arzobispo de Chicago, Francis George, aquellas palabras rápidamente difundidas hace un par de años acerca de que preveía para sí el morir en una cama, para su sucesor la muerte en prisión, y para el sucesor de éste el morir como mártir en la plaza pública, no queriendo con ellas sino «expresar de un modo bastante dramático a lo que puede llevar una completa secularización de nuestra sociedad» (fuente aquí).

Nada de extraordinario en esta previsión casi digamos perogrullesca. Pero cuenta con dos humildes méritos: primero, la concisión epigramática, gráfica, con que se expresa el muy probable desenlace del actual estado de cosas, que no puede ser sino una aplicación de aquel «lux in tenebris lucet et tenebrae eam non comprehenderunt» (Io 1, 5), y que recuerda una lección incómoda para quienes hacen del Evangelio un taparrabos de las impudicias del mundo, un sedante para la conciencia de los pecadores públicos: aquella de la oposición irreductible entre la Verdad y el error. Segundo, el que tales palabras provengan de un prelado, sea cual fuere el grado de su fidelidad al ministerio, que no lo conocemos. Habituados ya a la figura del sacerdote como a la de un desmañado saltimbanqui, hastiados de la alternancia de verborragia en la liturgia y ominosos silencios en el ágora, notar un dejo de tragicidad en un purpurado (que demuestra con ello rehusarse a participar de la comedia en curso) no es de poco mérito.

Lo había advertido san Pío X en la Communium rerum (1909): «están muy equivocados los que creen y esperan para la Iglesia un estado permanente de plena tranquilidad, de prosperidad universal, y un reconocimiento práctico y unánime de su poder, sin contradicción alguna; pero es peor y más grave el error de aquellos que se engañan pensando que lograrán esta paz efímera disimulando los derechos y los intereses de la Iglesia, sacrificándolos a los intereses privados, disminuyéndolos injustamente, complaciendo al mundo "en donde domina enteramente el demonio", con el pretexto de simpatizar con los fautores de la novedad y atraerlos a la Iglesia, como si fuera posible la armonía entre la luz y las tinieblas, entre Cristo y el Demonio. Son éstos, sueños de enfermos, alucinaciones que siempre han ocurrido y ocurrirán mientras haya soldados cobardes, que arrojen las armas a la sola presencia del enemigo, o traidores que pretendan a toda costa hacer las paces con los contrarios, a saber, con el enemigo irreconciliable de Dios y de los hombres». Hoy se proclama por poco lo contrario: será por ello que el centenario del fallecimiento del santo pontífice contó con el lapidario silencio de la Santa Sede, casi una damnatio memoriae.

Con todo, la advertencia del arzobispo de Chicago reclama una obvia precisión. Si en el solo arrojo de vocear la alarma puede interpretarse una probable disposición martirial en el purpurado, la contraria también vale: desconocer alegremente la resistencia del mundo e insistir en complacerlo para alcanzar con él una paz efímera es quizás la señal más elocuente de una indisposición para el testimonio supremo. Los talantes liberales, siempre arredrados ante la figura del Confesor, disponen de suficientes subterfugios para alcanzar los oportunos acuerdos y salvar la corambre. Trágicamente olvidan que «quien quiera salvar su vida la perderá».

No parece lejano el día -a juzgar por los augurios vinculados al próximo Sínodo Extraordinario sobre la Familia- en que tome cuerpo la impostura irreparable y las aguas se dividan. Por ello, y porque a nadies place saber que buena parte de la tripulación está en trance de zozobrar, The Remnant publicó recientemente una petición on-line bajo el título de ¡Detengan el Sínodo!: «primero fueron a por el Rito Romano, que destruyeron. Luego fueron a por la Iglesia Militante, a la que desarmaron y rindieron al espíritu del siglo. Ahora, con el Sínodo, que amenaza convertirse en el Vaticano II reiniciado, los obispos más progresistas y sus esbirros irán a por la mismísima ley moral bajo el pretexto de la búsqueda de "soluciones pastorales" a los "desafíos que enfrenta la familia"».

Aventuramos, sin el menor ánimo profético, la muy probable consecuencia del infausto montaje: a los disturbios inevitables tras la promulgación oficial de una nueva y sacrílega disciplina de los sacramentos, el brazo secular será llamado a intervenir para retirar a los refractarios. La historia, maestra de vida, nos remite al "clero juramentado" después de la Revolución francesa: allí se cumplió aquella visión del Apocalypsis acerca del dragón que arrastró con su cola un tercio de las estrellas del cielo para precipitarlas a tierra. Hoy las proporciones parecen dejar pequeña aquella cifra. Y la previsión del cardenal George reclama adelantarse, a no ser sus sucesores sean ya "juramentados", hechas las postrimeras paces con el mundo. Excepto (la inocencia te valga) que el reclamo de suspender el Sínodo resulte satisfecho.